• POR LAS HUELLAS DE UN LEGADO Y UN TRABAJO DE RECUPERACIÓN MEDIO AMBIENTAL, HECHO CON PASIÓN,
  • POR LA DIGNIFICACIÓN DE UN TESORO NATURAL, GENTES Y FAMILIAS DE CANCELADA

Por Francisco M Arnal Monreal, anatomo-patólogo y senderista

El día amaneció prometedor. Salimos de Coruña hacia las 8 de la mañana en dos coches. Ya al alcanzar, por la autovía, la zona del río Mandeo nos envolvió una densa niebla, presagio de un día magnífico. Al ganar altura, antes de llegar a Quintá de Cancelada dominamos el mar de nubes que cubría el río Navia y nos vimos en la necesidad de detenernos, contemplar el espectáculo y tomar unas fotos.

Llegamos a Quintá y empezamos a sentirnos abrumados por la más que generosa hospitalidad de Fe y de Anxo. Los dos se liaron con los fogones y nos colocaron en la enorme mesa de mármol blanco, alrededor de la cocina bilbaína un suculento almuerzo con un pan de Palas de Rey a la antigua usanza y unos increíbles chorizos y salchichones caseros al 100% fruto de alguno de esos cerdos que a la tarde vimos retozando, hocicando y comiendo castañas. Con razón que los embutidos eran de lo mejor que habíamos probado.

Aún a riesgo de parecer un glotón diré que esto sólo fue una pequeña parte del almuerzo y que los siguientes productos competían con los anteriores.

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Temimos que nuestra excursión planeada cuidadosamente por Antonio terminase ahí, por el mucho xantar.

Pero sí que tomamos el camino acompañados por dos de los mastines de la casa.

La mañana todavía estaba fresca con algunos retazos de niebla en el fondo del valle que se resistían a fundirse.

Los primeros tramos de la senda, con la minicentral eléctrica, decrépita y abandonada, con las ouriceiras, las fuentes y las cascadas anunciaban un camino diferente y las dificultades de algunos tramos fueron superadas en medio de risas y parloteo. Las fotos que íbamos tomando, aún siendo de buena calidad, no hacen honor a los paisajes que íbamos recorriendo en su entorno natural. Para colmo de nuestra Ventura aparecieron algunos boletos a la vera del camino que pronto llenaron nuestra cesta junto con magníficas lepiotas y agaricos.

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Aunque cuidados prados mostraban la permanencia de la actividad agropecuaria los molinos abandonados y ruinosos mostraban un pasado más próspero y diferente. Afortunadamente algún molino en proceso avanzado de recuperación habla de un renovado interés.

El sendero, con algunas zonas más difíciles mostraba, en su cuidadosa limpieza y señalización, los desinteresados cuidados de la asociación del castaño y nogal y hacían que fuera imposible perderse en el recorrido.

El sol apretaba fuerte anunciando tormentas en la tarde pero los sotos de castaños nos protegían de sus rigores salvo en alguna subida más desnuda.

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Pepin, muy sobrado, tenía que echar el freno a su impulso deportivo y acomodarse, muy a su pesar, al ritmo del grupo, sosegado por la exigencia del camino y por la contemplación de cada uno de los recodos y también por oír tranquilamente todas las explicaciones que Antonio, promotor y conocedor de todos los pormenores de la flora, fauna y hábitat humano. Así charlamos con los pocos paisanos que encontramos en las aldeas que atravesamos.

El cansancio se fue apoderando, más de unos que de otros y Dolores estuvo a punto de entregar la cuchara antes del último tramo. Entre todos le convencimos de que la fuerza, por mucho que las piernas dijeran lo contrario, estaba en la mente y, convencida, aguantó hasta el final a la vera del Navia.

Habíamos completado la ruta sendero del rio Donsal desde Quintá y Anxo que nos esperaba nos devolvió a la casa de la abuela Serafina.

Mientras Fe nos obsequiaba de nuevo con su increíble y elaborada cocina tradicional y Paco preparaba algunas setas de la recogidas en el camino, la abuela Serafina nos deleitó con los detalles de la vida antigua, desde cómo cocían el pan pasando por historias de santos, de cerdos que marchan y vuelven solos a comer castañas en los sotos o a cómo se conocían y establecían relaciones los mozos y mozas hace más de 60 años conoció casó con un mozo de Quintás allá por abril del 48.

Tras enseñarnos con orgullo la casa restaurada en la que Fe detallaba cada pieza antigua y Angel enseñó su taller de trabajo restaurador estalló la tormenta que nos acompañó casi hasta Coruña. Agotados y agradecidos a todos los de la casa de Quintás, llegamos a casa convencidos de que no sería la última vez que recorreríamos estos parajes y hablaríamos con sus gentes.

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