El Crepúsculo de los Dioses es una antigua leyenda o mito que narra la historia de la decadencia de los antiguos dioses nórdicos. Es también una famosa película de Billy Wilder, de los años cincuenta, que narra la historia de una antigua estrella de cine, quien incapaz de aceptar que sus días de gloria pasaron, sueña con un retorno triunfante a la gran pantalla.

El propósito de este breve relato no es comentar ni el mito ni la película, sino simplemente tomar prestado el título y en cierta medida el imaginario de ambas tradiciones culturales.

También podíamos titular el relato como El Ocaso de los Ídolos.

De ídolos de rostro de mármol y pies de barro. Que se han encumbrado a la cima inaccesible del Poder, con ánimo de quedarse.

El primer paso del ritual del poder es rodearse de aduladores y lacayos, que fomenten y refuercen el egocentrismo del Jefe El Jefe nunca se equivoca. El error no figura en el diccionario del déspota.

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En la antigua Roma, cuna de la civilización occidental, se celebraban a finales del mes de diciembre las llamadas “fiestas saturnales”, en honor de Saturno, en las que se producían todo tipo de excesos, permisividad y cambio de roles sociales entre amos y esclavos, hasta el punto de que éstos tenían licencia para contradecir y replicar a los señores. Es una pena que dicha práctica no haya perdurado hasta nuestros días. Al menos podría haber servido como antídoto a las conductas totalitarias y despóticas de algunos falsos prohombres de nuestra sociedad de consumo

En ciertos casos a medida que se va consolidando la soberbia y la vanidad, amparadas por el poder, suele aparecer en escena el llamado “síndrome de Hybris”, trastorno psicológico que se caracteriza por la excesiva confianza en uno mismo y el desdén por las opiniones ajenas y desemboca indefectiblemente en una embriaguez de poder. Al final los afectados por este mal conviven solos con su propia grandeza.

Viven en una especie de narcisismo agravado, trastorno descrito por Ovidio en su libro “La Metamorfosis”. Los contaminados por este virus moral están subyugados y enamorados de su propia imagen.

hybris

El joven Narciso al ver su rostro reflejado en el agua del rio, quedó prendado de su propia imagen y acabó convirtiéndose en la flor del narciso, hermosa pero maloliente

Y en tan fecundo escenario

se presenta sutil la tentación,

acompañada de dos sólidos avales:

la codicia y la falta de escrúpulos morales.

“Si la ocasión hace al hombre ladrón”,

con tan firmes aliados abierto queda el camino

al fraude y la corrupción

Dice un viejo proverbio que aquel a quién los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Y esa locura moral provoca la caída del ídolo, que se creía inexpugnable.

Hay un principio físico que dice que todo lo que sube baja, y si no lo hay habría que inventarlo.

Pues bien, en estos casos la caída será más dura y estrepitosa cuánto más alta era la posición del ídolo, derribado de su pedestal.

En ese momento crucial, cuando más se necesitan los amigos, el falso líder comprueba que nunca los ha tenido. Que se había rodeado solamente de una corte de aduladores y lacayos que desaparecen por encanto, sin duda en búsqueda de un nuevo líder a quien ofrecer sus servicios. Simultáneamente, aparecen de improviso los críticos y los encargados de demoler el edificio humano, en declive y ruinoso.

Y da comienzo el dramático episodio de la retirada de condecoraciones, medallas, distinciones y los copiosos títulos de hijo predilecto y adoptivo de los más recónditos lugares, los pomposos nombramientos de “doctor honoris causa” de las más prestigiosas instituciones. Ha desaparecido de repente la “causa de honor” transformada en oprobio y deshonor.

En definitiva es el escarnio público, el reproche social, el sepelio moral de un dios idolatrado que pasa a ser un apestado. Lo que no suelen retirarle es el dinero que ha robado.

También es poco frecuente, gracias a sus bufetes de abogados y a la impunidad penal que ellos mismos han creado, que acaben en las cárceles-hotel, que han construidos para los demás. Entonces el escarnio público es su único y más penoso castigo, aunque les queda el recurso de retirarse discreta y vergonzosamente a sus mansiones-refugio, a cubierto del rechazo y las iras populares. Les han privado del esplendor de la fama y de la gloria

               Pobres hombres ricos. Sólo les queda su dinero.

José Ramón Vázquez Liñeiro

Fuerteventura, noviembre 2014

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