Tras el debate abierto sobre derechos humanos y territorios en sombra en sitios y redes de CyN, damos un paso más: una propuesta.

Hay verdades que no nacen en los parlamentos ni en los informes.

Nacen donde la tierra se abre cada primavera, donde el agua tarda en llegar o llega de golpe, donde el bosque respira antes que nosotros y avisa con musgo y liquen de lo que está por venir.

El mundo rural no es un resto del pasado ni un paisaje disponible: es el sistema vivo que sostiene a la humanidad.

De él procede el alimento que nutre a las ciudades, el agua que debe ser potable, el aire que se limpia en los montes, el equilibrio que frena incendios, avenidas, erosiones y colapsos. Cuando ese sistema se debilita, no se pierde una comarca: se debilita la seguridad alimentaria, la salud pública, la estabilidad climática y la paz social.

Pero la desigualdad también se cultiva.

Se cultiva cuando el agricultor trabaja con márgenes que no decidió, cuando el ganadero asume riesgos que otros trasladan, cuando la presión económica o urbana conduce el tractor y decide qué se siembra y qué se abandona.

Se cultiva cuando el precio se fija lejos del barro, cuando la norma nace en despachos que no conocen la sequía ni el exceso de agua, cuando se exige producir más con menos suelo vivo, menos agua limpia y más residuos que gestionar.

Se cultiva cuando los incendios forestales se convierten en rutina y no en escándalo; cuando la prevención no llega; cuando las laderas se vacían y luego se derrumban; cuando primero falta el agua potable y después el agua mata.

Se cultiva cuando quienes cuidan el territorio cargan con los riesgos —fuego, inundación, contaminación, soledad— mientras otros recogen los beneficios sin pisar el terreno.

El comentario reciente de Castaño y Nogal sobre Derechos Humanos y territorios en sombra ha confirmado una realidad que muchos conocen y pocos formulan: existe un público amplio, diverso y cualificado —agricultores, técnicos, investigadores, gestores, docentes, responsables públicos— que reconoce esta verdad cuando se escribe sin propaganda, con conocimiento del territorio y con responsabilidad moral. No se ha leído por su extensión, sino por su densidad. No por su tono, sino porque habla de lo que sostiene la vida.

Por eso, en un tiempo marcado por el cambio climático, por la crisis del agua, por la fragilidad de los sistemas alimentarios y por el aumento de catástrofes naturales, ya no basta con declaraciones universales abstractas.

Es necesario avanzar hacia una Declaración Universal de los Derechos Rurales (DUDR).

Una declaración que complemente y haga operativa la Declaración Universal de 1948, asumiendo una evidencia insoslayable: la igualdad formal no garantiza la igualdad real cuando el territorio decide quién accede a los derechos y quién asume los riesgos.

Una DUDR que reconozca, sin ambigüedades:

  • el derecho al agua potable, a los suelos que la filtran y a los bosques que la regulan;
  • el derecho a la prevención efectiva frente a incendios, inundaciones y siniestros naturales;
  • el derecho a producir alimentos sin ser expulsado por precios, normas o abandono institucional;
  • el derecho a un medio ambiente sano, a un aire limpio y a un territorio cuidado;
  • el derecho a permanecer, volver y transmitir oficio, cultura y conocimiento.

No se trata de privilegios rurales.

Se trata de responsabilidad humana compartida.

Desde Castaño y Nogal, con los pies en los lodos del Donsal y la mirada puesta en las generaciones que vienen, afirmamos algo sencillo y exigente a la vez:

sin derechos rurales, los derechos humanos no se sostienen; se enuncian, pero no se cumplen.

Poema de cierre

No hay derechos humanos en el campo
si la prisa del mercado guía el tractor
y las manos que siembran obedecen
a un precio dictado lejos de la lluvia.

No hay igualdad
cuando los usos del suelo se deciden en despachos
que no leen en el musgo ni en el liquen
la salud del aire que todos respiramos.

Habrá dignidad rural
cuando el mundo comprenda
que el pan empieza en la tierra,
que el agua se defiende antes de ser escasez o riada,
que el bosque es pulmón y no decorado,
y que quien cuida el origen de la vida
no puede vivir al final de la fila.

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