Lo que no se cuenta, se pierde: el paisaje oculto de los informativos y la prensa.
En los valles húmedos y en las copas altas del bosque atlántico, el musgo y el liquen nos enseñan algo vital: sólo persiste lo que encuentra condiciones propicias para crecer. En los márgenes del Donsal, donde la sedimentología narra siglos de adaptación y fuerza, también aprendemos que todo lo que queda fuera del cauce —sin cuidado, sin atención— acaba arrastrado, sepultado o simplemente olvidado.
Algo parecido ocurre con los contenidos esenciales en los medios de comunicación públicos y privados. Desde el rural gallego hasta las ciudades, la economía real, el medio ambiente, el emprendimiento rural, la biodiversidad, la salud pública, la accesibilidad, la educación aplicada, el cooperativismo, los saberes tradicionales y los retos de nuestra geografía humana y natural apenas tienen lugar en la parrilla de las grandes cadenas y medios impresos ni en las columnas de opinión de los grandes periódicos. Son los musgos del periodismo: valiosos, discretos, resilientes… pero invisibles si no se les observa de cerca.
En lugar de ese contenido transformador, se repiten en bucle tertulias sin raíces, enfrentamientos estériles y una simplificación que convierte los informativos en titulares sin contexto, opiniones sin contraste, debates sin preguntas. Y lo grave no es solo lo que se emite, sino lo que no se emite. El silencio sobre lo que verdaderamente construye país es una forma moderna —y preocupante— de erosión informativa.
Desde la copa de un castaño centenario, la vista alcanza a comprender lo que el foco mediático ha abandonado: el territorio, su gente, sus problemas y su potencial. Las cadenas y cabeceras que se presentan como servicio público parecen haber olvidado que informar también es guiar, orientar, sembrar, dar luz. Que el periodismo no es solo contar lo último, sino lo importante de lo que acontece.
Sabemos que los medios están en una encrucijada tecnológica y económica. Pero la verdadera crisis no es de soporte, sino de misión. ¿A quién hablan? ¿Qué sociedad representan? ¿Por qué no muestran ejemplos vivos de cooperación, investigación, regeneración del paisaje o trabajo desinteresado? ¿Dónde está el esfuerzo por conectar con lo que no hace ruido, pero sostiene silenciosamente este país?
Hay otro mapa de España —y de Galicia— que no está trazado en los informativos ni en los suplementos dominicales. Es el que recorre senderos, vive entre robles y abedules, cultiva lo propio sin cerrar puertas al mundo. Es el de quienes no tienen portavoz en la parrilla, pero cuidan lo que aún nos queda de común. Ese mapa pide ser contado. Y no sólo porque lo merezca: también porque sin relato no hay legado.
Como hacen los líquenes, necesitamos información que conecte aire, troncos y ramas, rocas y vida. Necesitamos medios que —como el agua entre márgenes bien conservados— acompañen, den forma y no arrasen. Porque el silencio prolongado de los medios no sólo es una renuncia, es también una pérdida. Y con ello, todos salimos perdiendo.
CyN informará de lo hecho —también— en este ámbito, de forma tenaz y muy seria en los últimos dieciséis años y, singularmente, en 2024 y 2025.
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